terça-feira, 3 de janeiro de 2012

Matar un niño

 
Matar un niño
     Matar un niño constituye uno de los crímenes más abyectos en las sociedades occidentales. Nada nos causa tanto horror como el maltrato infantil y resulta difícil comprender y justificar que alguien puede causar, voluntariamente, la muerte de niño. No en vano, Herodes aparece como uno de los personajes más malvados de la Biblia y Dios exige a Abraham, como máxima prueba de fidelidad, el sacrificio de su primogénito. Podría argumentarse que el rechazo generalizado al infanticidio tiene una fuerte base biológica, pues  la supervivencia de nuestros descendientes constituye nuestra  única posibilidad de persistencia en el tiempo, a través de nuestros genes. Sin embargo, se trata de una argumentación errónea, pues desde el punto de vista evolutivo sólo tiene sentido proteger a nuestros propios hijos, pero no a los de los restantes miembros de nuestra especie. Existe también un motivo biológico para proteger a los descendientes de nuestros familiares consanguíneos, pero el vínculo genético se atenúa rápidamente y no basta para justificar la protección más allá de sobrinos o nietos. Es más, el infanticidio selectivo de niñas, ampliamente extendido en China e India, responde perfectamente a la lógica de la selección natural, pues los hombres tienen mayor éxito reproductivo que las mujeres. Y además, el infanticidio resulta más frecuente en la naturaleza de lo que creemos.

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